No tengo las mas mínimas ganas de ser un mártir. Ni lo soy, para acabar pronto…

Si no bailas, si no te gusta el antro, si no ves El Chavo del Ocho, si no ves el futbol, entonces eres un bicho raro. Un amargado o quién sabe qué otros adjetivos te ponen… ¿Quiénes te los ponen? Aquellos idiotizados que la TV, los demás medios o sus amigos les enseñaron que estar en onda consiste en eso… Y que si no estás en onda, estás mal, mal, mal mal…. o simplemente, que ésa es la única manera válida de divertirse, que una al año no hace daño, que si no es así, es cosa de amargados que no saben disfrutar de la vida…

Un manipulador profesional me hizo pasar un cierto mal momento el fin de semana.

Lo que me ha molestado como una piedra en el zapato toda la vida son las fiestas, en especial las superficiales y vacías que no te dejan nada, y es mucho peor cuando existe la agravante del baile. Bailar es una cosa estúpida que hacen los estúpidos: No te lleva a ningún lado, no enseñas ni aprendes nada, sólo haces el ridículo. Ni siquiera es un buen ejercicio, no es aeróbico (A menos que se practique correctamente). En secreto pienso que cualquier cosa inteligente que hagas en tu vida automáticamente se invalida si bailas en una fiesta o en una disco, no puedo respetar a quien lo hace… Salvo contadas excepciones… Lo se, estoy mal al pensar así, soy un intolerante, no valgo la pena. No la valgo, no. Ya se. Pero tampoco entonces la vale toda esa gente que me etiqueta por eso ¿Qué falta he de cometer yo al etiquetar a los demás, si todo el mundo me etiqueta de amargado, de manera ignorante por mis ideas políticas, por mi afición a leer, por fomentar la politización de los mios, por eliminar su ignorancia?

Sin embargo, eso me ha llevado a secretamente no respetar a casi ninguna persona que me rodee.

Un cercano tenía meses invitándome a su fiesta de cumpleaños. Y se la pasó indicándome que bailar era obligatorio. No es que no me conociera y tratara en buen plan de hacerme cambiar mi opinión sobre el baile, lleva trece años de conocerme. Obviamente mis respuestas, no eran negativas, pero sí de una educada evasiva. Días antes me dijo de manera lacrimógena que espera de corazón que estuvera con él, acompañándole, y fue cuando lo empecé a considerar, al notar que lo consideraba, se retiró a una segunda línea de defensa, diciéndome que había invitado gente que yo no quería ver. El objetivo es claramente que yo no esté ahí ¿cierto?

Obviamente, no me presenté, no sin antes felicitarlo de corazón.

Al día siguiente, me recibe con una palabra: «Ojete» «Ojete. Le pedí que no fuera para que fueras tú»

Gracias. Si me avisas mañana, aún estaré en tiempo de reconsiderar.

Gracias. Como si ese fuera el principal motivo por el que no fuí.

Y sobre todo, que estupidéz: Reclamar por no presentarse a una fiesta como una quinceañera salida de la secundaria con tobilleras rosas.

Ahora soy un «ojete». No debería de molestarme viniendo de quien viene, considerando sus traiciones anteriores y su constante traición actual hacia mi. Pero es lo último que puedo tolerar, las etiquetas que todo el mundo se empeña en colocarme me hacen sentir, honestamente, sin dármelas de nada, como un incomprendido. Es una sensación de soledad que no me ha abandonado desde que tengo uso de razón. Estoy solo acá arriba, en mi cabeza. No es presunción. Es un sentimiento genuino.

Este era un secreto que me guardé durante toda mi vida. No volveré a hablar sobre el asunto, no me siento cómodo haciéndolo y no lo haré, ni se porqué lo estoy escribiendo. Hoy me levanté raro.

Una respuesta

  1. Hola
    Quien eres?

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